martes, 1 de diciembre de 2020

Por qué lo llaman diversidad si quiere decir racismo?

 ¿Cómo se dice xenofobia en catalán?

El autor cuenta su experiencia como alumno de un curso de la Universidad de Barcelona

Bruno Bimbi 28/11/2020


Universidad Autónoma de Barcelona

–Disculpe, profesora, ¿este grupo no es en español? –pregunta una alumna asiática en la primera clase online, luego de entender que no va a entender.

–No, no, no. Mis clases son en catalán –responde la profesora.

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–Pero este grupo es en español –interviene otro alumno, latinoamericano–. En el listado que la Universidad de Barcelona publica en la web y todos consultamos antes de hacer la matrícula, dice que es en español. Es uno de los únicos...

–No, es un error –lo corta la profesora.

La disciplina es obligatoria para todos los grados de la facultad, de modo que hay nada menos que once grupos con diferentes días, horarios, profesores y lenguas para elegir, o al menos eso promete la universidad a sus alumnos.

De los once, nada menos que nueve son en catalán.

Diez, dice la inmersión lingüística.

–Yo no entiendo catalán –dice la alumna oriental.

–Lo lamento, pero yo no doy clases en español. Si pusieron eso, se equivocaron. No es culpa mía –dice la profesora, y agrega: –Ustedes deberían esforzarse para entender, no lo están intentando... Es una lengua muy parecida.

Eu não sei de quem é a culpa –dice el latinoamericano–, mas eu fui ver agora, de novo, no site da universidade e lá diz que este grupo é em espanhol. O único que a gente está pedindo é pra senhora cumprir o que a universidade prometeu. Aliás, só tem dois grupos pros hispano-falantes; os outros nove são em catalão.

Diez, insiste la inmersión lingüística.

–No entendí –dice la profesora.

A senhora deveria se esforçar para entender. O português também é uma língua muito parecida –dice el latinoamericano.

Los hispanohablantes nacidos de este lado del océano se callan, pero algunos avisan, en privado, que mejor no te metas en líos, porque te van a acusar de no sé cuántas cosas, yo sé lo que te digo, es un tema tabú...

–Yo no hablo catalán –insiste la alumna oriental.

–Está bien –dice la profesora–, hoy daré la clase en español, pero es un error.

Sin embargo, poco después, otra alumna pide reabrir la discusión. Lo pide en catalán y, a partir de entonces, comienza una asamblea del procés. Un grupo de alumnos se refiere con cierto desprecio a esos dos extranjeros, levantando una barrera lingüística que los deja afuera de la discusión. El resto se calla y mira para otro lado.

–¿Les parece bien hablar de nosotros en un idioma que no entendemos ni podemos usar para responderles? –pregunta el latinoamericano.

La profesora, empoderada, entre banderas imaginarias, anuncia:

–Voy a dar mi clase en mi lengua. Y al que no le guste...

–¿Alguno de ustedes no habla español? –pregunta el latinoamericano.

–Todos lo hablamos, pero no es eso –responde una alumna.

La oriental ya no habla más, quizás se haya ido.

Según los resultados de 2018 de la Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población, realizada por el Instituto de Estadística de Cataluña, el castellano es la lengua inicial del 52,7% de los catalanes de más de 15 años, mientras que el catalán lo es del 31,5%. El 48,6% usa el castellano como lengua habitual y el 46,6% se identifica con él como su lengua, porcentajes que caen al 36,1% y 36,3% para el catalán. El 6,9% se identifica con ambas lenguas y el 7,4% las usa habitualmente sin distinción. Cuando están en casa, a solas con su familia, sin ninguna bandera observándolos, la mayoría habla en castellano: el 37,7% solo usa sólo ese idioma, el 10,1% usa más el castellano que el catalán, el 7,8% ambas lenguas, el 5,6% más el catalán que el castellano y apenas el 27,2% usa sólo el catalán. Y, si bien el 94,4% entiende la lengua obligatoria en las aulas universitarias, sólo el 81,2% la habla, el 85,5% la lee y apenas el 65,3% la escribe, contra 97,6% que escribe en castellano, 98,5% que lo lee, 99,5% que lo habla y 99,8% que lo entiende. En Barcelona, donde está el edificio en el que los alumnos discuten con la profesora, el 50,6% de la población se identifica con el español y sólo un 31% con el catalán.

Piden que al menos un grupo –¡de once!– use la lengua que habla la mayoría.

Apenas uno, aunque la universidad informa que hay dos.

Al latinoamericano le encantaban las canciones del Nano en catalán y decía que le gustaría aprenderlo para cantarlas, pero ya le sacaron las ganas. Cada vez que tiene que hacer un trámite en la Generalitat y se niegan a responderle en una de las lenguas oficiales del país, haciéndole ver que le seguirían refregando en la cara que es extranjero si no estudia el idioma con el que se identifica apenas el 31% los habitantes de la ciudad donde vive, hasta Pare y Seria fantàstic le gustan menos. Y esto no es una discusión sobre el procés, o sobre los presos –que el latinoamericano cree que deberían estar libres–, sino sobre el fanatismo, la xenofobia y hasta la falta de gentileza que gobiernan Cataluña.

Existe un debate legítimo sobre la inmersión lingüística en las escuelas, como forma de preservar el catalán como patrimonio cultural de Cataluña, garantizando que pase a las próximas generaciones. El maximalismo que ha tomado ambos lados del conflicto soberanista, que ya perciben como enemigo no sólo al otro, sino también a su lengua, tal vez haya impedido explorar otras alternativas, como la enseñanza bilingüe, o algún modelo que garantice pluralidad y derecho a decidir.

Pero esa discusión, que puede tener mucho sentido cuando hablamos de la escuela, lo pierde en el caso de la universidad, donde estudian personas ya adultas, que superaron hace muchos años el período crítico de adquisición del lenguaje a partir de la mera exposición a un entorno lingüístico. Si quieren que aprendamos catalán en la universidad, nos tienen que convencer, seducir –lo que están haciendo es exactamente lo contrario– y, sobre todo, facilitar la tarea. En vez de imponerlo por la fuerza, yo comenzaría ofreciendo clases gratuitas.

–Lo mejor es que te cambies de grupo –dijo la profesora.

Esa misma tarde, el extranjero recibió un email de la directora de estudios de la facultad: “Puesto que tiene tantos problemas para seguir la asignatura, solicite, por favor, a la Secretaría de la Facultad un cambio de grupo”, decía. Los problemas, claro, eran suyos, al igual que la culpa. Ya sin ánimo de discutir, pidió que le confirmaran si el otro grupo que en la web de la universidad dice que es en español realmente lo era. No le respondieron. Hecho el cambio en la Secretaría, llegó a su segunda primera clase y, claro, era en catalán. Esta vez, no dijo nada. Más tarde, envió un email a la nueva profesora, explicando la situación. Resaltó nuevamente que había otros diez grupos en catalán.

¡Once!, gritó la inmersión lingüística.

La única solución a la que llegaron fue que el extranjero no fuera más a clase y leyera la bibliografía de forma autónoma para los exámenes.

–Profesor, el día del examen, ¿es posible que haya una versión con las preguntas en castellano? –le preguntó el extranjero a otro docente de una disciplina que ni siquiera simula tener grupos en español, a pesar de que también hay muchos.

El profesor respondió en catalán, sin que se le cayera la cara de vergüenza.

Respondió en catalán esa pregunta.

El alumno no entendió nada.

–Ok, gracias.

Pronto, falei.

A Toro Pasado

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