Cuando parece que todos los adjetivos y metáforas se han agotado para definir al Gobierno de Pedro Sánchez, llega el ocurrente Juan Carlos Girauta y se marca un paralelismo desopilante.
El que fuera diputado de Ciudadanos, actualmente columnista de ABC, compara al Ejecutivo socialcomunista con una suerte de montaña rusa repleta de sobresaltos y con la sensación de que, a pesar de que se asegura la estabilidad de la atracción, uno tiene la sensación de salir despedida de la misma en cualquier momento.
Comienza su repaso de esta guisa, con la vicepresidenta primera del gabinete sanchista:
La doctora en Derecho Constitucional Carmen Calvo, número dos del Gobierno, cree que la ley de Presupuestos es orgánica. Ahora ve e intenta hablarles de libertad negativa. De Calvo abajo, empeora. Ella tiene sus peculiaridades, usa ejemplos que contrarían sus tesis, abunda en el solecismo, presenta lagunas pixi-dixis que no voy a traer a colación. Y aquel «nos va la vida» con que llamó a una tóxica manifestación no fue precisamente un acierto. Aunque sí una profecía. Desde María Tifoidea no se ha visto propagación de rastreo más certero. Hasta Simonilla, quimera de Simón e Illa, daría con la número cero. Pero sería absurdo culparla a ella. Porque ella no sabe lo que hace.
Pasa a ese dueto que conforman Salvador Illa y Fernando Simón:
Pues bien, descendamos. Simonilla, ese ser plural, no le llega a Calvo a la suela del zapato, cuya marca omito por no caer en micromachismos. Y eso que la quimera atroz también tiene estudios. Inadecuados, eso sí, para sus cargos, tanto en la mitad de ministro del PSC como en la mitad de doctor sin MIR. Simón tiene muchos admiradores porque este país es muy normal y la gente está muy centrada; se hacen camisetas con su jeta y el pianista del régimen, capaz de sosegar al Ibex, siente algo por él: «Estoy un poco enamorado de Fernando Simón. Apuesto a que huele a caballos, madera y consuelo».
Encabezar la peor gestión del mundo después de Perú, desalentar las mascarillas porque una falta de previsión culpable ha roto el stock, o bendecir la manifestación de María Tifoidea son razones más que suficientes para no ahorrarle un mote al Don Simón de la bodega, a Simón el Mago del marketing, al Simón de Radio Futura.
Girauta encuentra posibles explicaciones para que a Simón se le trate tan bien, mediáticamente hablando:
Pues sepan que la España de progreso le defenderá con uñas y dientes contra los motes –desahogo del pueblo–, contra las críticas y contra los cincuenta mil muertos de más. ¿Cómo se llega ahí abajo? Qué sé yo. La cosa merece una investigación multidisciplinar. Mi primera hipótesis: síndrome de Estocolmo colectivo tras el secuestro masivo (los admiradores), combinado con síndrome de Munchausen por poderes (el admirado).
Y termina su repaso con otros ministros, alguno de ellos ausentes como el responsable de Universidades:
Como pasó con Calvo, de Simonilla abajo es aún peor. Descendemos por entre los ausentes a los Castells, los desentendidos a lo Celaá y los dinamiteros de la Constitución. Repasas el Gobierno y te sientes caer en picado por una montaña rusa gigantesca. Entonces piensas que la atracción será segura. Ahí está el sosegado Ibex, bendiciéndola. No será para tanto, el canguelo es normal, pero por fuerza la solidez del sistema debe estar garantizada. Unos ingenieros lo diseñaron, las fuerzas se equilibran, todo se previó para que la montaña rusa no se vaya al carajo. Hubo unos padres de la Constitución que, según ahora sabemos por Su Sanchidad, eran peones del PSOE, el auténtico arquitecto de la Carta Magna. (Por cierto, con esto ya se han inventado el siglo XX entero.) Pero en cuanto a los mecanismos de seguridad de la atracción, yo soy más de Calvo: nos va la vida.
Carlos Girauta
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