martes, 17 de abril de 2018

Estado de Malestar

Estoy avergonzado de ser catalán y harto de vivir en Cataluña

Tengo 57 años. Soy empresario y pertenezco a una familia cuyo origen catalán se sumerge en el siglo XVII. Mis antepasados lucharon junto a Ramón Cabrera i Griñó en el bando carlista y también con el general Franco en la guerra contra el comunismo. He trabajado duro desde muy temprana edad. Tengo una gran mujer y dos hijas maravillosas. Soy catalán de nacimiento y de origen; sin embargo, debo decir, no sin dolor, que hoy me avergüenzo profundamente de serlo y también muy cansado de vivir en Cataluña.

Estoy muy harto de tener que convivir a diario con catalanes que odian profundamente a los que pensamos de forma distinta. Estoy harto de puigdemontes, orioles, colaus, fachines, pujoles, torrentes, junqueras, terribas, laportas, guardiolas, roviras, gabrielas, raholas, traperos, okupas, manteros, cuperos, yihadistas y demás gentuza que en Cataluña degrada tanto la condición humana.

Estoy harto de que el Gobierno de España deje sin respuesta los permanentes actos de insurrección que se producen a diario en todas las ciudades catalanas. Estoy harto del abandono sometido durante años a los catalanes que hemos sido siempre fieles a España.

Estoy harto de que me roben los políticos catalanes y que ese dinero vaya a parar a la gente demasiado perezosa para ganarlo.

Estoy harto de que me digan que el movimiento separatista es pacífico, cuando todos los días me llegan decenas de historias de catalanes que son ofendidos, agredidos, amenazados, boicoteados… por no someterse a los dictados ni aceptar el relato mentiroso de los secesionistas.

Estoy harto de los supremacistas catalanes y de aquellos que, para reivindicar su catalanidad, han renunciado a sus raíces procedentes de otros puntos de España, con gran olvido de lo que son.

Estoy harto de lazos azules, de insultos a España, de mossos que no sirven por igual a todos los catalanes, de periodistas mercenarios que desinforman deliberadamente, de docentes que enseñan a los niños a interiorizar el odio a España, de los radicales que han tomado el control de nuestras calles, de los políticos que han echado un pulso al Estado con la connivencia y el dinero del mismo Estado.

Estoy harto de que todos nuestros errores y fracasos sean siempre culpa de otros y nunca de nosotros mismos. Estoy harto de que no aceptemos nuestras muchas taras morales.

Estoy harto de que utilicen nuestro dinero para financiar medios de comunicación que predican el odio contra los catalanes que nos sentimos profundamente españoles, por convicción y por principios.

Estoy harto de la inmersión lingüística. He tenido que matricular a la menor de mis hijas en un centro de enseñanza  privada para que conozca la lengua de Cervantes y tenga las oportunidades fuera de Cataluña que la lengua catalana no le ofrecerá nunca.

Estoy harto de que me digan que el derecho a decidir de dos millones de catalanes debe imponerse al deseo de cuarenta millones de españoles de permanecer unidos.

Estoy harto de escuchar a los políticos separatistas hablando mal del resto de España, cuando sabemos que le debemos todo cuanto hemos sido.

También estoy malditamente harto de que se acuse a España de robarnos, sobre todo cuando los que nos han robado han sido los políticos separatistas que hoy proclaman el desorden y la rebelión, porque no tienen nada que perder.

Estoy harto de que los funcionarios catalanes alineados con el separatismo aparenten ser el mejor ejemplo de compromiso con nuestra gente. Estoy harto de que gente que no ha emprendido nunca nada ni pagado una sola nómina, hayan construido el relato de una Cataluña de buenos y malos.


Estoy harto de los catalanes lobotomizados, que son una masa inerte enferma de odio, pero profundamente cobarde. Estoy harto de que se escondan tras los periodistas extranjeros y que cuando tienen que jugársela, deciden huir de la justicia. Estoy harto del permanente relato victimista, que se tergiverse la historia; que se ignore, por ejemplo, que cuando Franco venía a Cataluña, los líderes catalanes acudían rastreramente al palacio de Pedralbes a rendirle pleitesía y los obispos catalanes lo sacaban bajo palio en Montserrat.

Estoy harto de que se caricaturice permanentemente a España, que se la dibuje como un país culturalmente atrasado, cuando los catalanes no tenemos una solo acontecimiento popular que nos sirva de atracción turística, como por ejemplo lo es Sevilla en su Feria de Abril, Valencia en sus Fallas, Málaga en su Semana Santa, Huelva en su Rocío o Pamplona en sus Sanfermines.

Estoy harto de que se menosprecien las tradiciones españolas y que luego copiemos sus ferias, charangas y romerías. Estoy harto de los hipócritas antitaurinos catalanes que acuden a las principales ferias taurinas del resto de España. Estoy harto de que nos sintamos superiores cuando el genio creativo hace tiempo que lo perdimos. Estoy harto de que hablemos mal de todo el mundo, de que hagamos mofa de las costumbres de otras regiones, cuando nuestros bailes, nuestros trajes regionales, nuestra cultura de calle, carece de interés salvo para nosotros mismos.

Estoy harto del desprecio a los andaluces, cuando no consta que nuestros compatriotas del sur recurran a las sardanas para amenizar sus fiestas, como nosotros recurrimos a su folclore para amenizar las nuestras.

Estoy harto de que nos creamos el ombligo del mundo cuando no tenemos un solo símbolo cultural e identitario por el que se nos reconozca fuera de España.

Estoy harto de los curas y obispos que respaldan en las homilías a los que ayer quemaban sus templos.

Estoy harto de que las familias y los amigos no podamos reunirnos civilizadamente sin que las diferencias políticas marquen el desarrollo de la velada.

Estoy harto del fanatismo de miles de catalanes, que interpreten como una victoria lo que no ha sido sino una gran derrota, que se dejen engañar como niños, que consideren héroes a los representantes de la casta más ladrona y corrupta de España.

Estoy harto del escaso valor que tiene la palabra dada en Cataluña, de que hayamos acabado con el seny, de que la desmemoria nos impida reconocer nuestras complicidades históricas con esclavistas, terroristas y oligarcas usureros, del cobarde victimismo del separatismo, de que media Cataluña odie a la otra media, de que nuestra adhesión a España haya dependido siempre del dinero recibido. Estoy harto de los empresarios catalanes que ayudaron a Franco a ganar la guerra y que luego se alinearon con el separatismo. Estoy harto de que el voto de la Cataluña rancia valga el triple que el de un barcelonés.

También estoy harto de que pocos catalanes se enfrenten a la realidad de una región que, antes de 50 años, será mayoritariamente musulmana.

Sí, estoy terriblemente harto de lo que muchos catalanes están haciendo. Estoy profundamente avergonzado de ser catalán y muy harto de vivir en Cataluña.

Lo lamento por mis hijas. Lamento que se vayan a encontrar con una Cataluña mucho peor que la que nosotros heredamos. Gracias a Dios que aún nos queda el resto de España para liberarnos de este infierno, del que estoy cada día más harto.

Gerard Bellalta, 
Empresario 
Presidente del Círculo de Empresarios de Tabarnia

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