Llegados a este punto de 'buenismo', se impone la obligación de dejar que las cosas exploten para poder culpar a los culpables, no antes, siempre el beneficio de la duda, ahora el presidente efectivo de España es el juez Pablo Llarena, mientras Rajoy ha vaciado de facultades el Gobierno y Albert Rivera dedica todo su tiempo y recursos a comprobar el master de Cristina Cifuentes en una estrategia incongruente y de irresponsabilidad verdaderamente escandalosa.
De Pedro Sánchez ni hablamos, cada vez que abre la boca y equipara la gravedad del golpe de Estado a la 'poca' plurinacionalidad del Gobierno, mientras se va enredando en su ego insaciable.
Hablemos claro, los secesionistas ganan, repiten hasta la saciedad, que hay presos políticos y exiliados, con un medio de comunicación TV3 a pleno rendimiento. Los medios de comunicación del estado intentan no 'enfadar' a los golpistas y les tratan con una exquisitez que ya me gustaría que fuera reciproca.
Intolerable que desde un medio público se cree corriente de opinión y se insulte a los que no piensen igual y no haya ningún mecanismo de corrección.
Existe un vacío de poder que provoca desasosiego, ¿cómo es posible que se critique la detención de la organización que pretende paralizar una parte de España? Los CDR son un movimiento pre-terrorista y el que no quiera verlo así es que esta metiendo la cabeza en la tierra como un avestruz.
El papel de los jueces
El poder que ejerce el poder judicial ha adoptado la única referencia de poder real, efectivo y eficiente, la Sala Segunda del Tribunal Supremo, además de los jueces y otros tribunales, y en el contraste de legalidad constitucional, el TC.
El convencimiento que se ha instalado es que Rajoy ha perdido la batalla en el campo internacional, como se habría comprobado con la decisión de la Audiencia Territorial de Schleswig Holstein, y que los jueces no entienden esa indolencia, aunque incidirán en que se reconozca el delito de rebelión en el caso de Carles Puigdemont.
Una referencia positiva para los españoles, ante todo eso, lo que se ha ido imponiendo en algunos círculos políticos y empresariales de Madrid, y es que el único que está haciendo frente a todo es el juez Llarena. En España tenemos afortunadamente, sí, un presidente, pero no es el del Gobierno, y se llama Pablo Llarena.
Con la decisión del independentismo, además, de hacer de Llarena su punto central por las críticas y los reproches vertidos, ya se olvidan de Rajoy y de Albert Rivera que han quedado obsoletos, dará mas visibilidad, todavía más, al juez, si se interpone, como la acordado la Mesa del Parlament, a instancia de los separatistas, una querella criminal por prevaricación contra el instructor del caso del ‘procés’, Llarena aumentará su dimensión referencial para muchos millones de españoles.
Si dejara la judicatura, no dudo ni un instante que sería aclamado presidente por todos los españoles, por encima de todos los cagamandurrias que andan enzarzados en intrigas cortesanas de poco alcance
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