Carles Puigdemont empieza a ser la tieta de Serrat, a «la que ningú no vol si un bon dia pren mal». Y mientras desde Bruselas intenta reivindicarse como el legítimo presidente de la Generalitat
–y no de la república catalana que él mismo declaró, por lo visto simbólicamente, según admitió ayer Carme Forcadell–.
Desde Barcelona se le ve cada vez más como a un pobre chiflado que quema sus días dando de comer a las palomas de la Grand Place.
Si con su fuga abandonó a su gobierno, a su partido y a su pueblo, ahora es él quien está siendo abandonado y a todo el mundo incomoda su voluntad de presentarse a las elecciones de diciembre. La candidatura presidencial que reclama, integrada por la totalidad de las fuerzas independentistas, es vista como un lastre por igual por todos los secesionistas. Esquerra, en su equilibrio permanente por tratar por todos los medios de separarse del PDECat sin que se le note un excesivo afán por ganar las elecciones, accedió a la lista unitaria pero con la condición de que estuvieran realmente todos, desde la antigua Convergència a la CUP, pasando por los escindidos de Unió y el dimisionario Dante Fachin de la franquicia catalana de Podemos. La CUP decidirá este sábado en una de sus famosas asambleas cómo se presenta a las elecciones, pero ninguna de las cuatro opciones que someterá a votación incluye compartir cartel con los neoconvergentes.
En la misma medida, el propio partido de Puigdemont, que por cierto todavía preside Artur Mas, no quiere a la CUP de compañera de viaje, tanto por su extravagancia como por el resentimiento personalísimo de un Mas al que los anticapitalistas «tiraron a la papelera de la Historia». En lo que sí coinciden la CUP y el PDECat –para no quedar mal ante parte del electorado de buena fe que piensa que la lista única soberanista es la mejor opción– es en echar la culpa de la ruptura de la «unidad» a ERC, porque les come electorado por la izquierda y la derecha.
El pasado viernes, la coordinadora general del PDECat, Marta Pascal, explicaba a la prensa que su partido celebraría primarias para elegir al candidato. Pero el mismo día al cabo de pocas horas, el señor Puigdemont, desde Bruselas y sin previo aviso, oficializaba su disposición a ser candidato de una lista unitaria independentista.
La nueva "puigdemonada" tenía un doble filo:
Se saltaba a la dirección de su partido, en quien nunca ha confiado y, o bien obligaba a Junqueras a renunciar por segunda vez a ser candidato (la primera fue con Junts pel Sí en 2015), o bien frenaba sus expectativas electorales. Pero la duda duró poco: Esquerra no quería juntarse con ninguno de los dos partidos por considerarlos un lastre: a unos por corruptos y a otros por ridículos, pero dejó que fuera la CUP quien dijera que no quería mezclarse con los convergentes.
Convergència ya sabe que no habrá lista única y también que por épica que pueda parecer la falsa mítica del president exiliado, su candidatura les conduce a la marginalidad, al «friquismo» y a quedarse encallados en un discurso que los catalanes han superado, como lo demuestran las cada vez menos concurridas demostraciones callejeras y el muy escaso seguimiento que tuvo la huelga general del miércoles. De modo que, asumiendo que su máxima aspiración es disputarse la tercera o cuarta plaza, auspiciará una agrupación de electores que pedirá una lista encabezada por Puigdemont con todos los consellers procesados acompañándolo y los «Jordis» para darle el toque civil. Una propuesta que Puigdemont aceptará en los próximos días desde su refugio en Bruselas.
Una agrupación de electores necesita 55.000 firmas para concurrir a los comicios del 21D. Mas, Quico Homs y los proveedores habituales de la Generalitat y de Convergència (que casualmente casi siempre los mismos) están trabajando para darle forma. Tienen tiempo hasta el día 17.
Es un una operación que saben que nace muerta pero que usarán como banderín de enganche de los independentistas de buena fe para arrojarlos contra Junqueras, haciéndole aparecer como único culpable de que no se haya consolidado una lista única «de país». Es típica operación de desgaste de la vieja convergencia, que en esta ocasión pretende «robarle» 5 o 6 escaños a Junqueras para que, por mucho que gane las elecciones, Cataluña sea ingobernable y no pueda hacer prácticamente nada como president. Así Mas destruyó al Tripartito y superó su particular travesía del desierto.
Sólo algunos de los más inteligentes convergentes que llevan años fuera de la administración saben que no conviene enfadar en exceso a los republicanos. Junqueras y sus muchachos, francamente molestos con esta «operación desgaste», han empezado a pedir presupuesto y metodología a distintas consultoras de auditoría para revisar hasta la última de las facturas de la administración convergente desde 2010 y mandar todas las irregularidades que detecten (que no se auguran pocas) como mínimo a la oficina antifraude, cuando no a la Guardia Civil. En eso Esquerra nunca ha mostrado ningún complejo alguno y se sabe limpia de corrupción.
Salvador Sostres
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