domingo, 5 de noviembre de 2017

Maldad y estupidez en el laberinto catalán

¿No será demasiado injusto, 
concediendo a todos los hombres el derecho a divertirse, 
no permitir ningún solaz a los que se dedican al estudio, 
máxime si hablan de asuntos serios que, 
aunque tomados en broma, 
tal vez sean de más provecho al lector 
que tenga un mínimo de olfato, 
que ciertas severas y espléndidas disertaciones?

Erasmo de Rotterdam,
Elogio de la estulticia

Días épicos, días mentirosos, días descorazonadores, días furiosos, días ilusionantes, días esperpénticos, días iracundos… 

En este calamitoso flujo temporal vale la pena prestar atención al profesor italiano de Historia económica Carlo Cipolla (1922-2000).
Cipolla nació en la ilustre ciudad lombarda de Pavía. Se formó en la antiquísima universidad pavesana, en la de París y en la London School of Economics. Impartió cátedra en Berkeley y dejó diversos trabajos académicos sobre la población mundial y la historia económica de Europa. Pero la obra que le reportó fama fue un librito titulado Allegro ma non troppo, que incluye un ensayo lúcido y mordaz: Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Esta perspicaz sátira social fue concebida por el autor para íntimo entretenimiento de amigos y colegas, pero la admiración que el texto despertó en estos impuso su publicación editorial en 1988.

La teoría de la estupidez de Cipolla se cimenta en cinco leyes:

Primera: todo el mundo subestima el número de estúpidos que hay sobre la faz de la Tierra.
Segunda: la probabilidad de que uno sea estúpido no depende de ninguna otra característica suya.
Tercera: el estúpido es la persona que causa daño a otra u otras y al mismo tiempo a sí misma.
Cuarta: las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las estúpidas.

Antes de formular la quinta y última ley fundamental de la estupidez, Cipolla establece cuatro categorías de individuos.
  1. Los inteligentes benefician con sus actos y decisiones a los demás y a sí mismos.
  2. Los incautos benefician a los demás, pero se perjudican a sí mismos.
  3. Los malvados perjudican a los demás y obtienen beneficio para sí.
  4. Los estúpidos causan tanto daño a los demás como a sí mismos.

Quinta: el estúpido es el tipo más peligroso que existe, más que el malvado.
La capacidad dañina de los estúpidos es ilimitada, afirma el profesor lombardo. Pero aún hay un factor que puede multiplicar ese potencial pernicioso: el poder que las personas estúpidas tienen en su entorno social. Cuanta más autoridad posean, más extenso y profundo será el mal que causen.

La fiscalía-jabalí

¿Qué proporciones de inteligencia, candidez, maldad y estupidez encierran las decisiones políticas que han conducido el conflicto catalán al filo de la catástrofe?
De acuerdo con la categorización humana de Cipolla, en la proclamación de la independencia contra la mitad de los catalanes, basada en un referéndum ilegítimo y el avasallamiento del Parlament y la violación del Estatut y la Constitución, ni los inteligentes ni los incautos pueden haber tenido una participación muy decisiva. 
Lo mismo cabe decir del engaño de las masas mediante una agitación, propagandística delirante. Y también del autoritarismo, la furia y la inclemencia con que el Estado (Gobierno, fiscalía-jabalí, tribunales) combate el desafío independentista.
Tampoco debieron de imponer sus opiniones los inteligentes ni los incautos cuando el PP calculó hace más de una década que la táctica electoral más rentable era empujar sin tregua el nacionalismo catalán hacia la radicalización. 
Ni cuando las derechas catalana y española vieron en el señuelo independentista un burladero de ocasión para enjuagar sus escándalos de corrupción. Ni cuando los socialistas se revelaron faltos de coraje para salvaguardar un Estatut aprobado por las Cámaras y el pueblo. Ni cuando los últimos en llegar enarbolan la bandera de la pureza progresista pero se entregan por entero a las mismas mezquindades electoralistas que juraron combatir…

Severidad extrema
Tampoco se intuyen grandes dosis de inteligencia ni de ingenuidad tras la decisión del Estado de humillar al nacionalismo catalán después de haber desactivado plácidamente la DUI, la humillación es un ingrediente básico para forjar una rebelión. Ni cuando, descolocado el independentismo tras constatar que la DUI estaba desnuda y parcialmente abochornado por la excursión belga de Puigdemont, la justicia extremista le insufla nuevo brío con su desproporcionada severidad.


Sí, es interesante leer a Cipolla en estos días épicos, mentirosos, descorazonadores, furiosos, ilusionantes, esperpénticos, iracundos.




Luis Mauri

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